sábado, 5 de abril de 2014

Reflexión sobre la humanidad.

Reflexión sobre la humanidad

De pequeños nuestra mayor preocupación es jugar y entretenernos, sin darnos cuenta, vamos aprendiendo de todo lo que nos rodea, principalmente de nuestra familia. En esos primeros años no podemos distinguir los conceptos de familia o sociedad, pero vamos procesando la información que recibimos de los ejemplos que observamos alrededor, sea directa o indirectamente y es así que en nuestra infancia no nos damos cuenta de lo que está pasando, pero crecemos, aprendemos a vivir. Poco a poco, a medida que se desarrolla nuestra mente, la conciencia que nos da la misma, nos hace darnos cuenta de que somos seres humanos, de que podemos pensar, entender y analizar, es decir somos conscientes de que somos conscientes. Nuestra razón nos permite darle una lógica a las cosas, recibimos la información que proviene de nuestro mundo circundante para luego procesarla en nuestro cerebro y de esa manera comprender  los procesos y mecanismos en función de las cosas. Es así como entonces percibimos que todos nuestros actos tienen una consecuencia.

Miles de años de existencia del hombre han permitido su desarrollo y el desarrollo del mundo que nos rodea a medida que fue interactuando con él y con otros seres, pero el hombre no ha dejado jamás de ser un animal a pesar de sus características distintivas que tanto lo separan de otras especies. Como humanos creamos sociedades llenas de mecanismos, conceptos, símbolos, … todos procesos de función de comunicación que nuestras mentes pudieron concebir hasta hacerlo realidad. El hombre convirtió lo inmaterial en material, transformó sus pensamientos e ideas en algo concreto, tangible, que a su vez da lugar a otras ideas, y así sucesivamente la cadena de la creación. El hombre habla de Dios como el creador, pero, ¿acaso el hombre no crea constantemente su propio mundo?, ¿acaso el hombre con sus actos no crea su propia vida?, ¿Por qué atribuir a Dios esa magia creadora si el hombre mismo, al menos desde hace miles de años, es el que ha estado sobre esta tierra creando y destruyendo cada minuto transcurrido, ¿acaso el hombre teme su propio poder de creación, o es que le asusta hacerse cargo de las consecuencias? Con esto no niego a Dios, pero reconozco la cobardía del hombre porque somos seres a los que nos cuenta recordar que segundo a segundo, creamos nuestra realidad, condicionamos nuestro mundo y porque siendo conscientes e irresponsables con nuestros actos, podríamos ver más allá de la realidad impuesta, para percibir una posibilidad latente de verdadera liberación.

No planteo la religión como algo malo, todo lo contrario, es necesario para el ser humano, pero, ¿por qué no recordar que la Iglesia cristiana fue la que causó tantas muertes y atrocidades a través de los siglos?. Todos sabemos que es así, sabemos de las cuestiones incoherentes cometidas por la Iglesia, siempre en nombre de Dios. Así es como una vez más crea algo para luego volcarlo a la destrucción para entonces dejar de ser un ser racional, porque francamente ciertas cosas, no tienen razón alguna o sus razones están basadas en fundamentos incoherentes. Claro está que las mayorías siempre son las que por cuestión matemática generan más peso. Volvamos al tema de la religión como creación del hombre. La humanidad crea religiones, endiosa a otros seres, los venera, los posiciona por encima del resto, les atribuye poderes, virtudes, que van más allá de cualquier explicación más que de la propia fe y no hay nada de malo en la fe. Pero, ¿por qué venerar hacia lo alto si al nivel del suelo siempre ha existido también tanta belleza y bondad? Claro que hay destrucción, enfermedad y muerte pero, ¿no fue producto del hombre la mayoría de todo eso? Mirar hacia otro lado sería como rechazarnos a nosotros mismos y poner la vista en otra cosa. Será muy útil para mantener la fe, pero no es la manera de solucionarlo, ¿y si adorásemos a la Tierra como los antiguos aborígenes?  a las plantas, a los demás animales también, ¿acaso no somos todos seres de este mundo? A los creyentes les digo, ¿no nos creó a todos un mismo Dios? Por ende estamos todos en igualdad, pero el hombre olvida esto. Continuamente se pone por encima de otros como si fuese superior a ellos. Si, los aborígenes ignoraban muchas cosas en aquel entonces, vivían con precariedad y al no conocer explicaciones, veneraban a la naturaleza, su Dios. No sería justo comparar ese entonces con las sociedades avanzadas, o no, de hoy en día. Pero, ¿de que le sirvió al hombre el supuesto avance, el supuesto desarrollo de su mente y sus modernas invenciones? No nos hagamos los locos, y reconozcamos la situación. Las sociedades más avanzadas arrasaron con las demás e impusieron su forma de vida, no coexistieron, impusieron, como es característico del hombre. Claro que hubo una especie de mutuo aprendizaje y cruce de ideas y costumbres pero siempre prevaleció lo que impuso el que en ese momento tenía el poder, como sigue pasando en la actualidad.

Desde que la humanidad conoció el poder del dinero, vio transformada su realidad de una manera atroz, no hablo de los valores en general, que por supuesto se tambalearon, hablo del valor moneda. Dinero y tiempo se cogieron de la mano y hasta entonces no se han soltado.


En el S.XIX, un filósofo alemán, Nietzsche, apostó por el hombre, pero por el hombre como unión de mente y animal, sin rechazar  aquellos instintos que siempre había estado tachando de perversos la sociedad occidental dela época. Y es que, no podría estar más de acuerdo con una de sus ideas principales, con la del superhombre. Todos podemos ser superhombres, sin excepción, pero para alcanzar nuestro objetivo es necesario que rompamos con los valores impuestos, con todos los hilos que nos atan y enredan para dejar paso a nuestra propia libertad y concedernos el ser nuestros propios creadores de valores, y así distinguirnos del resto del rebaño, al que no importa hacia donde los estén guiando con tal de desentenderse de la responsabilidad que supone tomar sus propias decisiones. Abramos los ojos por un momento para, al menos conseguir zafarnos del camino de la locura e intentar reconducir la situación de modo que no acabemos todos peor de lo que empezó la humanidad, con la ley de la supervivencia como bandera.